Y van setenta y tantas....
Y ya nos da igual, ya es pura inercia informativa (en la carpeta del sida, de las minas, de la hambruna...). No hay leyes que valgan. No hay fronteras que poner. Alguien que quiere matar, mata.
No podemos poner puertas al campo; no es posible vigilar eternamente a tanto bicho, de la misma manera que no hay forma de detener ese terrorismo fanático donde el primer objetivo es la desaparición del ejecutor (cómo se mata a la muerte). Nos queda la rabia y una leve acidez de estómago si ves la tele mientras comes. Después, nada...
Aunque lo que más rabia me da es que seguimos inculcando en nuestra simiente que esto es, simplemente, así. Estoy cansado de ver a niñas (muy mujeres, según ellas mismas) de entre 15 y 20 años que están totalmente convencidas de que sus novios (otras pocas palabras emplearía yo) las quieren muchísimo por el hecho de que las tengan amarradas en corto, o, mejor, en casi nada.
"No me deja pintarme, pero yo me he comprado este top que enseña tres cuartos de teta", "me regaña si me pongo esto o aquello", "me ha hecho tatuarme su nombre en el...., pero me ha dicho que si lo ve alguien que no sea él, me mata...".
Frases como ésas, acompañadas de un look ultramodernamente mediterráneo (corales en los oidos, pero modernos; tatuajes modernos, que ya llevaba mi abuelo; pelos de colores y motos trucadas, todo muy moderno, aunque ellos, menuda pelusilla, no han conocido a los punkies ni al torete), se replican hasta la saciedad en una juventud tan escasa de ideas como de inquietudes, ante ¨la pasividad paterna que da la comodidad y la desidia de futuro, e invitan a nuestros hijos a llevar como lema vital "hasta que la muerte nos separe... y cuando yo lo diga".
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