miércoles, 22 de diciembre de 2010

Los diez del beso (1ª parte)

  
   Erase una vez, que se era, un administrativo en paro abducido como dependiente en un gran almacén ("poco tiempo", se dijo, "el justo para encontrar otra oficina donde aposentar el culo"). Pero el poco tiempo se convirtió en un lustro, y la sensación de seguir siendo laboral carne de cañón iba en aumento. Mismos jefes con distintos collares, mismo salario con el mismo desgaste de lomo. Conclusión: treinta abriles trabajados por cuenta ajena, tan ajena que apenas guardaba sombras afectivas de tanto encargado, jefe, colega "trepa" y fauna similar.
     Y quiso la casualidad que para celebrar el quinto aniversario le moviera la curiosidad (amén de la evidente desidia del personal anejo) de embarcarse en una aventura nueva para él: ser representado por sus compañeros y/o ser representante de todos los mismos, ser candidato a las elecciones sindicales. 
     Y así, nuestro personaje, hasta ahora nunca envuelto en filias, adscripciones o similares rarezas, se vio animado y animando a un selecto grupillo de abnegados seres que, de la noche a la mañana, y sin más ánimo que el de intentar mejorar, o al menos innovar, su esfuerzo cotidiano por conseguirse el pan, pasaron a ser la cabeza visible de una revolución que iba a cambiar el mundo...LOS DIEZ DEL BESO.
      (continuará)

Se siente, Sinde...

Pues eso.

martes, 21 de diciembre de 2010

Quién para la violencia de género


     Y van setenta y tantas....
     Y ya nos da igual, ya es pura inercia informativa (en la carpeta del sida, de las minas, de la hambruna...). No hay leyes que valgan. No hay fronteras que poner. Alguien que quiere matar, mata.
     No podemos poner puertas al campo; no es posible vigilar eternamente a tanto bicho, de la misma manera que no hay forma de detener ese terrorismo fanático donde el primer objetivo es la desaparición del ejecutor (cómo se mata a la muerte). Nos queda la rabia y una leve acidez de estómago si ves la tele mientras comes. Después, nada...
     Aunque lo que más rabia me da es que seguimos inculcando en nuestra simiente que esto es, simplemente, así. Estoy cansado de ver a niñas (muy mujeres, según ellas mismas) de entre 15 y 20 años que están totalmente convencidas de que sus novios (otras pocas palabras emplearía yo) las quieren muchísimo por el hecho de que las tengan amarradas en corto, o, mejor, en casi nada.
     "No me deja pintarme, pero yo me he comprado este top que enseña tres cuartos de teta", "me regaña si me pongo esto o aquello", "me ha hecho tatuarme su nombre en el...., pero me ha dicho que si lo ve alguien que no sea él, me mata...".
     Frases como ésas, acompañadas de un look ultramodernamente mediterráneo (corales en los oidos, pero modernos; tatuajes modernos, que ya llevaba mi abuelo; pelos de colores y motos trucadas, todo muy moderno, aunque ellos, menuda pelusilla, no han conocido a los punkies ni al torete), se replican hasta la saciedad en una juventud tan escasa de ideas como de inquietudes, ante ¨la pasividad paterna que da la comodidad y la desidia de futuro, e invitan a nuestros hijos a llevar como lema vital "hasta que la muerte nos separe... y cuando yo lo diga".